Diario de un viaje a China: la sorprendente ciudad medieval de Pingyao ~ PhotoViajeros - Los relatos de mis Viajes, Rutas y Escapadas

Diario de un viaje a China: la sorprendente ciudad medieval de Pingyao

El tercer día de nuestro viaje a China comenzó temprano, muy temprano.
A las 5 de la mañana ya estamos en pie para preparar las mochilas y hacer el check out en el hotel antes de que lleguen los 2 taxis que nos tienen que llevar hasta la estación de trenes y que acordamos el día anterior con Michel.
Era la primera vez que teníamos que confiar ciegamente en las gestiones de una persona con la que habíamos apalabrado los taxis, sacado los billetes de 3 trenes y pagado un hostel en Pingyao, así que nos quedaba por delante un día lleno de incertidumbres en el que tendríamos nuestro primer contacto con los trenes Chinos y que nos haría pasar de la capital del país a un pequeño pueblo situado a medio camino entre Pekín y Xi'an que nos enamoró desde el primer momento...

Pingyao

Sigue leyendo para continuar con el relato completo del tercer día de viaje a China:


Tras despedirnos de la gente de recepción salimos a la calle y a los pocos minutos vemos llegar puntualmente los dos taxis acordados con los que salimos en dirección a la Beijing West Railway station.
Menos mal que el día anterior le pedimos a Michael que nos escribiese en dos papeles la dirección de la estación de trenes en chino, porque cuando les dijimos a los taxistas que nos llevasen a la West Railway station o West train station se miraban con cara de "¿Y qué coño dicen estos?", así que utilizamos este "truco" en varias ocasiones a lo largo del viaje para evitar situaciones comprometidas.

Tras 30 minutos esquivando peatones y todo tipo de vehículos llegamos al gigantesco edificio que acoge la estación de trenes, dónde tenemos que pasar un nuevo control de seguridad antes de poder acceder.

Una vez dentro y a pesar de que tenemos más de una hora hasta que salga nuestro tren con destino a Taiyuan, nos dividimos en dos grupos. Unos se quedan custodiando las mochilas y otros se dedican a buscar el andén donde sale nuestro tren, una tarea nada sencilla tanto por las dimensiones de la estación como por las mareas humanas de cientos de chinos, miles de chinos, millones de chinos que se mueven sin orden alguno por los amplios pasillos de la estación.

Una vez localizado nuestro andén buscamos un lugar para desayunar, pero a pesar de haber bastantes locales no encontramos nada medianamente "normal", así que acabamos entrando en un McDonalds dónde pedimos unos cafés con leche que al final resultaron ser un té con leche de sabor asqueroso y que acabaron en los desagües del baño.

Como necesitábamos algo que echarnos al estómago, acabamos compartiendo un par de cafés (esta vez si que nos entendieron y nos pusieron café) con unas galletitas que llevábamos.

Después de desayunar nos vamos hacia la puerta de embarque, dónde nos encontramos una inmensa aglomeración de personas que esperan a pasar un nuevo control dónde nos hacen la comprobación de los tickets.
20 minutos y más de 1000 chinos después conseguimos pasar el control de seguridad y bajar al tren en busca de nuestros asientos.

Nos sorprendemos al comprobar que nuestro primer tren del día es muy moderno, similar a AVE español, así que dejamos las mochilas en los portaequipajes situados sobre nuestras cabezas y nos acomodamos para disfrutar de un viaje de 3:30 horas.

El billete que compramos es de segunda clase y nos costó 149 yuan (20€ aproximadamente), pero los asientos son cómodos y hay suficiente espacio entre las piernas y el asiento delantero.

Puntual a las 7:20 de la mañana arranca el tren en dirección a Taiyuan, un trayecto en el que la mayoría dimos alguna cabezada pero que durante la primera media hora nos mostró los estragos causados por las fuertes lluvias caídas el día anterior a nuestra llegada a Pekín.
Autovías inundadas, campos de cultivo anegados y las casas más humildes parcialmente derruidas fueron el paisaje predominante en la primera parte del viaje. Poco a poco dejamos atrás las grandes ciudades situadas en la periferia de Pekín y comenzamos a cruzar otras poblaciones más pequeñas, aunque de vez en cuando y como surgidas de la nada, aparecían decenas de grúas que se afanaban por levantar inmensas torres con más de 30 plantas que sin lugar a dudas serían el germen de una nueva megalópolis China surgida al calor del boom inmobiliario e industrial que está experimentando el país, y es que, como se comenta por ahí, el gigante asiático está despertando.

Junto a nosotros viajaba una familia que a los pocos minutos de arrancar el tren montó un picnic en la pequeña mesa situada entre los asientos.
El hijo, que no tendría más de 10 años, se pasó las tres horas de trayecto comiendo sin parar. De vez en cuando nos miraba y sonreía, pero acto seguido volvía a meter la cara en unos vasos de cartón dónde le aguardaban unos fideos chinos instantáneos que se preparaban con un poco de agua caliente.

Los palillos se movían del bote a su boca a tal velocidad que de vez en cuando se tenía que recostar en el asiento para descansar mientras resoplaba (y algunas veces eructaba) antes de abalanzarse de nuevo sobre su presa.
Al menos dos de estos botes de fideos, varias bolsas de patatas y otros víveres que no sabría identificar compusieron el menú de este simpático niño al que bautizamos como "el cernícalo" por la peculiar manera en que acechaba la comida antes de abalanzarse sobre ella, tal y como hace el ave de presa del mismo nombre.

Entretenidos con el paisaje y las hazañas gastronómicas del "Cerni", las tres horas de trayecto pasaron volando antes de que el panel luminoso del tren indicase que la siguiente parada era Taiyuan, así que cogimos las mochilas y nos bajamos en esta estación, dónde dos horas después tendríamos que coger un nuevo tren para continuar hasta nuestro destino, la ciudad medieval de Pingyao.

Como no habíamos desayunado prácticamente nada, aprovechamos estas horas de espera para prepararnos unos bocadillos con el embutido que llevamos desde España y una especie de pan de molde que compramos en una tienda de Pekín. Casi lloramos mientras saboreamos un bocata de chorizo sentados en el frío suelo de un andén Chino.

A las 12:30 del mediodía llega un tren que lleva impreso el mismo número que aparece en nuestros billetes, así que preguntamos al personal de la estación y nos confirma que si, que esa destartalada oruga metálica sería nuestro medio de transporte durante la siguiente hora y media.

El precio de este billete que nos permitía viajar en un asiento relativamente cómodo fue de 15 yuan (2€ aproximadamente), pero como podéis comprobar en la siguiente fotografía, no tiene nada que ver con el flamante tren de alta velocidad en el que realizamos la primera parte del trayecto.

Tren a Pingyao

Pronto descubrimos que éramos los únicos occidentales del vagón y que no debía ser muy normal ver a un extranjero en ese tren, así que nos convertimos en todo un acontecimiento y en el entretenimiento de todos los presentes.
Nuestros asientos estaban repartidos por todo el vagón, pero el ritual fue el mismo en todos los casos. Los pasajeros empezaron a desenfundar sus móviles y a pedirnos que nos hiciésemos fotos con ellos, intentaban mantener conversaciones con nosotros pero resultaba imposible. Ellos preguntaban en chino y nosotros respondíamos en castellano, lo que provocaba las risas de unos y otros.

Algunos de los pasajeros que viajaban en el vagón nos ofrecían de su comida, sobre todo fruta y una especie de frutos secos muy raros que a mi no me gustaron nada, pero había que poner buena cara.
También había una niña muy pequeña, de unos 3 o 4 años, que corría de una punta a otra del vagón saludando a cada uno de los miembros del grupo y con la madre detrás haciéndole mil y una fotos con cada uno de nosotros. Cada vez que se acercaba nos decía ¡Ni hao! (hola) y se reía, así que acabé bautizándola como Nihao.

Sentado a mi lado iba un miembro del ejército popular chino, un chaval muy simpático que chapurreaba algo el inglés y que me ofreció su PSP para echar unas partidas al Fifa.
Nuestra conversación se centró en preguntarme que de dónde era, qué ciudades íbamos a visitar, si era del Madrid o del Barsa y poco más. Lo más gracioso fue que cuando no entendía algo de lo que le decía, me daba su teléfono para que escribiese en un traductor lo que le estaba diciendo en inglés, y cuando leía la traducción me escribía la respuesta en su móvil y me pasaba la traducción en inglés para que la leyese, y es que, siempre podremos saltarnos las barreras comunicativas a base de ingenio.

En esta foto le podéis ver al fondo apoyado sobre la mesa, mientras que el chino del polo rojo que está a mi lado es, según me dijo el militar, un ladrón, así que me avisó de que tuviese cuidado con la mochila. La verdad es que en todo el viaje no se movió del sitio, pero no tuve ningún problema con él ni con ningún otro pasajero.

Tren a Pingyao

Este trayecto se nos pasó volando, así que al llegar a Pingyao nos despedimos de nuestros amigos del vagón y salimos cargados con las mochilas a la puerta de la estación, dónde no encontramos a nadie que estuviese esperándonos para llevarnos a nuestro hostel.

Dejamos pasar unos minutos antes de llamar a Michael a su oficina de Pekín para decirle que no había venido nadie a buscarnos. Nos dice que no nos preocupemos que enseguida llama al hostel para que nos vayan a recoger.

Mientras esperamos podemos comprobar un estilo de vida mucho más rural y tranquilo que en Pekín, sin grandes edificios y con gente que pasa el tiempo jugando al backgammon tranquilamente sobre un improvisado tablero hecho a base de cartón.

Pingyao

Al final, 10 minutos después de nuestra llamada a Michael una pequeña furgoneta eléctrica nos recoge en la estación y empieza a callejear hasta que nos adentramos en la ciudad medieval que veníamos buscando tras cruzar bajo una de las puertas de su imponente muralla.

Desde ese momento la arquitectura cambia completamente y nos transporta varios siglos atrás en el tiempo al contemplar las casas tradicionales de las dinastías Ming y Qing con los característicos farolillos rojos adornando sus fachadas y el suelo adoquinado de color gris que parece fundirse con el resto de construcciones.
Todo esto junto a la muralla de 6 kilómetros que rodea el casco antiguo, han convertido a Pingyao en una ciudad Patrimonio de la Humanidad desde 1997.

La anécdota de nuestra llegada a Pingyao estaba a punto de suceder cuando, en uno de sus múltiples callejones, nos cruzamos con Vanesa y Roberto, los amigos de Bea con los que habíamos cenado el día que llegamos a Pekín.
Tras saludarnos y comentar la enorme casualidad de encontrarnos, quedamos en vernos por la tarde y ponernos al día de nuestros respectivos viajes.

Por fin llegamos al Zhengjia Hostel, el lugar dónde pasaríamos la noche por 190 yuan (24€ aproximadamente) cada habitación doble con baño.

Pingyao

Al entrar nos llevamos una alegría, y es que el personal de recepción (que parece una familia) habla un inglés bastante aceptable, algo que nos facilitará mucho las cosas si lo comparamos con el suplicio del hotel de Pekín.
En pocos minutos nos entregan las llaves de las habitaciones y podemos descargar las pesadas mochilas que hemos tenido que cargar durante buena parte del día.

Pingyao

Todo lo que habíamos hablado y planificado con Michael dos días antes se había cumplido. Habíamos logrado sobrevivir a los trenes, teníamos un lugar dónde pasar la noche y la primera impresión de la ciudad no podía haber sido más positiva, así que ya podíamos respirar aliviados y satisfechos.

Pingyao

A estas alturas del día se acerca la hora de comer, así que salimos del Hostel en busca de algún lugar dónde saciar el apetito. Pronto nos damos cuenta de que Pingyao es una ciudad muy visitada tanto por el turismo interior chino como por los occidentales que, al igual que nosotros, han incluido este lugar en su planning de viaje.


Sin lugar a dudas Pingyao es el lugar dónde más occidentales nos encontramos en todo el viaje. En su mayoría mochileros y viajeros que han organizado su propio viaje a China, aunque poco a poco las agencias van incluyéndola en los circuitos turísticos más típicos del gigante asiático.

Pingyao

Mientras caminábamos por las pintorescas callejuelas de Pingyao localizamos un restaurante dónde la comida china que preparaban tenía buena pinta, así que no nos lo pensamos mucho y elegimos este lugar para comer.

Pingyao

Tras reposar un poco la comida salimos de nuevo a las calles de esta ciudad medieval para seguir disfrutando de su arquitectura, las tiendas y los puestos callejeros que salpican todo su trazado mezclándonos tanto con sus habitantes como con el resto de turistas extranjeros.

Pingyao

Mientas nos dirigimos hacia la torre de madera situada en el centro del casco histórico, nos cruzamos de nuevo con un curioso desfile que al día siguiente descubrimos que servía para promocionar uno de los múltiples templos de la ciudad, el Templo de Confucio.


Cuando llegamos a la torre central vemos una aglomeración de gente, la mayoría chinos, que observan a un personaje vestido con ropajes tradicionales que desde lo alto de la torre está contando algún tipo de historia.

Pingyao

Pingyao

La verdad es que debía ser divertido porque los chinos no paraban de reírse, pero como nuestro dominio del idioma se limitaba a dos o tres palabras, dejamos atrás la torre y el grupo de turistas chinos para seguir con nuestro recorrido.

Nada más pasar la torre Pingyao recupera la tranquilidad que ofrece el poder caminar por unas calles sin apenas tráfico en las que esporádicamente nos cruzamos con algunas bicicletas o motos eléctricas.
Es como si en la ciudad situada dentro del recinto amurallado se hubiese detenido el tiempo y quisiese permanecer anclada en el pasado al margen de la vorágine evolutiva del resto del país.
Aquí la vida discurre a otro ritmo, y a pesar de ser una ciudad turística, podemos encontrar decenas de negocios tradicionales que muestran sus mercancías en la calle mientras sus dueños pasan el rato leyendo el periódico...

Pingyao

...improvisados puestos de verduras sobre ruedas...

Pingyao

...y decenas de puestos callejeros dónde probar todo tipo de alimentos, desde bollos hasta brochetas de carne que no tenían mala pinta y que acabamos probando.

Pingyao

A cada paso que dábamos la ciudad nos gustaba más, así que después de callejear por las zonas más concurridas empezamos a caminar hacia las calles periféricas...

Pingyao

...dónde poco a poco vamos encontrando menos comercios y menos gente hasta que llegamos a la última calle, situada junto a la muralla.

Pingyao

En este punto decidimos salir del Pingyao más turístico y adentrarnos en los barrios situados fuera de la muralla, dónde no nos encontramos un sólo occidental durante las casi dos horas que empleamos en caminar junto a la espectacular muralla exterior.

Pingyao

Pingyao

Aquí paseamos junto a casas humildes que no tienen nada que ver con las construcciones situadas al otro lado de la muralla. La ciudad de Pingyao situada en el exterior del recinto amurallado nos devuelve a la cruda realidad de la China más pobre, caótica, bulliciosa, expansiva y llena de grandes contrastes.
Aquí encontramos calles sin asfaltar dónde los niños juegan con perros sarnosos en el barro, viviendas cuya única puerta es una cortina y negocios montados en el salón de una casa cualquiera. Y sin embargo las caras de sus gentes no eran de pena o de tristeza sino todo lo contrario. Eran felices jugando a las cartas en una mesa destartalada junto a sus vecinos o charlando con sus compañeros de acera mientras tratan de vender algunas verduras y hortalizas que seguramente habrán recogido pocas horas antes en el pequeño huerto situado a espaldas de sus viviendas.

Pingyao

Tras cruzar bajo la muralla nos adentramos de nuevo en la ciudad Patrimonio de la Humanidad y volvemos a encontrarnos la arquitectura característica de la China Imperial.
En esta zona más alejada del centro vemos como numerosas viviendas están siendo rehabilitadas para montar nuevos negocios, fundamentalmente hoteles y restaurantes, y es que el boom turístico que está sufriendo Pingyao puede que acabe con la esencia de esta ciudad y como se suele decir, acabe muriendo de éxito, aunque espero que esto no suceda nunca.

Pingyao

De vuelta a las calles cercanas a nuestro hotel decidimos sentarnos a descansar y tomar algo antes de cenar, y es que el paseo por la ciudad ha sido considerable y empezamos a sentir el cansancio acumulado.

Pingyao

Quedamos con Vanesa y Roberto en un bar dónde pasamos el rato charlando y poniéndonos al día de nuestros viajes, y es que, a pesar de habernos visto hace tan sólo dos días, hay mucho que contar.

Mientras tratábamos de mantener una conversación medianamente normal en un bar cuya música nos estaba atronando, una pareja de valencia nos saludó al escucharnos hablar en castellano.
Nos aconsejaron un lugar para desayunar y nos contaron sus experiencias con el tren que teníamos que coger nosotros al día siguiente, pero no sé si por el volumen de la música, por la avalancha de información o porque muchos de los consejos que nos estaban dando ellos mismos no pudieron aprovecharlos, llegó un momento en que dejamos de hacerles caso.

Cuando ya no aguantábamos más, nos fuimos a otro restaurante sin música dónde pudimos cenar tranquilamente mientras poco a poco la noche caía sobre Pingyao y los farolillos rojos comenzaban a iluminar sus callejuelas.

Pingyao

Por la noche la inmensa mayoría de occidentales desaparecen de las calles, muchas tiendas cierran y sus habitantes vuelven a casa en sus bicicletas, motos eléctricas o en una especie de microbuses también eléctricos, tal y como podéis comprobar en el siguiente vídeo:


Antes de irnos a descansar nos pasamos por la torre situada en el centro del entramado medieval de Pingyao, que luce espectacular gracias a la iluminación aportada por decenas de bombillas que delimitan su forma sobre el oscuro cielo nocturno que sirve de telón de fondo.

Pingyao

Cansados por la caminata y pensando en que la siguiente noche la pasaríamos sentados en un tren durante 11 horas, nos fuimos a dormir arropados por las torres y murallas de la sorprendente ciudad medieval de Pingyao...

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