Empieza el viaje. A las 4:15 de la mañana se escucha una campanilla y a alguien que va tocando en las puertas. Una ducha para espabilarse y subo cual zombi al comedor del barco. Mi cara no es la única descompuesta, todos estamos igual, algunos ni suben a desayunar. La forma de medio despertarme es imaginarme dentro de una de las tumbas del Valle de los Reyes dentro de una hora, eso me da la energía necesaria para salir hacia el autobús. Aun no ha amanecido, en Febrero lo hace a las 6 de la mañana más o menos, por lo que hace un poco de rasca, pero se agradece el fresco para acabar de despejarme del todo.
Mientras el autobús nos lleva hacia el Valle de los Reyes, Pepe va contando a los pocos que vamos despiertos curiosidades del país y de la forma de conducir de los egipcios, aunque ni aun así acabo de comprender por qué nuestro conductor se empeña en conducir y adelantar sin importarle que vengan otros vehículos de frente, y sólo se limita a ir pitando y haciendo ráfagas a los coches que circulan correctamente por su carril.
Empieza a verse claridad, pero ya hay mucho movimiento en los accesos al Valle de los Reyes y en los huertos cercanos al Nilo.
Por fin llegamos al aparcamiento, donde se agolpa gran cantidad de turistas cámara en mano. Nos suben a un trenecito turístico como el que hay en cualquier ciudad mediterránea durante unos 200 metros. Pepe nos reparte las entradas y accedemos a un edificio en el que hay una gran maqueta en la que se puede ver la distribución de las tumbas en el Valle.
Después de una pequeña explicación, entramos al recinto y empezamos a ver la entrada de gran cantidad de tumbas. Nosotros visitamos las 3 siguientes: la de Ramses IV, Tutmosis II y Merenptah. No se pueden hacer fotos, y es una pena porque son realmente espectaculares.
Algo que me cabreó mucho es que en una de las tumbas, hay colocadas unas mamparas de vidrio para proteger a las pinturas, lo que le quita toda la magia, pero el cabreo dio paso a la indignación cuando al acercarme, veo infinidad de mensajes escritos sobre los grabados y pinturas originales del tipo “fulanito estuvo aquí” en varios idiomas.
En ese momento entendí la utilidad y necesidad de esa aberración que me iba a impedir poder disfrutar de la tumba en todo su esplendor.
Si no te interesa la visita o la cultura Egipcia, quédate fuera o vete de viaje a Punta Cana, pero no entres en una tumba de más de 2000 años y te pongas a hacer lo mismo que haces en el banco del parque que hay debajo de tu casa.
Tras este inciso continúo, pero me hierve la sangre cada vez que lo recuerdo.
Nuestro guía nos explica la distribución típica de las tumbas en el valle, todas constan de varios corredores que desembocan en una o varias antecámaras, llegando al final a la cámara real donde reside el sarcófago con los restos del Faraón rodeada de varias habitaciones donde se alojaban todas las pertenencias e incluso la comida que iba a necesitar en la otra vida.
A lo largo de los distintos corredores, se encuentran representadas diversas ofrendas a los dioses así como rituales que sirven de referencia al difunto en su camino a la otra vida (Letanía de Ra), y fragmentos del Libro de los Muertos y el Libro de las Puertas.
Realmente es una pena ir con una visita guiada, ya que sólo nos dan 15 minutos para contemplar un espacio de más de 200 metros decorado de suelo a techo (este último incluido), por lo que es imposible admirar la cantidad de detalles y la variedad cromática de la decoración de la tumba.
En este momento, cuando llevamos aproximadamente una hora por el valle, al salir de una de las tumbas nos quedamos asustados de cómo en unos 15 o 20 minutos ha podido subir tanto la temperatura. Pepe nos explica que el valle de los Reyes hace un efecto horno, y que a partir de las 12 el calor puede llegar a ser asfixiante, por eso la mayoría de las visitas se hacen tan temprano.
Después de haber visto dos de las tumbas y de varias explicaciones previas a la entrada por parte del guía, en la tercera tumba es en la que más disfruté. Me sentía como un arqueólogo entrando en la tumba y parándome en el primer metro del corredor mientras el resto de gente iba avanzando. Ahora que sabía cómo se estructuraba la información en las tumbas y lo que significaba cada figura representada en las paredes, por fin podía “leer” la historia que se contaba mientras me iba acercando a la cámara.
Tras esta última visita, nos dieron otros 20 minutos para que hiciésemos fotos por todo el valle. Fuimos a la entrada de la famosa tumba de Tutankamón, pero no entramos, el precio era algo excesivo y creo recordar que había que reservar con antelación. De todas formas, la tumba está vacía al igual que el resto, el famoso tesoro de Tutankamón lo veréis en parte en el Museo del Cairo.
Volvemos al autobús, siguiente parada, el impresionante Templo de la Reina Hatshepsut, construido a espaldas del Valle de los Reyes.
La entrada a este templo se hace a través de dos enormes rampas que dan acceso a varias terrazas y a un patio previo a la tumba, que está excavada en la montaña al igual que las del cercano Valle de los Reyes pero que no se podía visitar.
La fachada del templo conserva en muy buen estado gran cantidad de grabados y relieves, muchos de ellos con la pintura original, en los que se cuentan diversas historias del reinado de esta Reina-Faraón. Llama mucho la atención la representación de la reina en las estatuas exteriores, en las que se la muestra como a un varón y las amplias terrazas anteriores a la entrada de la tumba.
A la salida del templo y antes de coger el autobús, tengo mi primer contacto con el regateo. Para ir hacia el aparcamiento, te obligan a pasar por una serie de bazares y puestos ambulantes en los que no hay escapatoria. De aquí en adelante en todos los templos ocurrirá lo mismo, la salida transcurría por una calle formada por un mercadillo en el que se podía conseguir un recuerdo de Egipto a buen precio después de regatear y de evitar que nos vendan “jabón por piedra”.
Después de muchos regateos y de alguna situación incómoda, vuelvo al autobús dónde el guía nos espera impaciente porque nos hemos retrasado unos 15 minutos.
En el camino hacia nuestra siguiente parada, nos paramos en un taller de basalto y alabastro, dónde nos enseñan cómo trabajan la piedra y a diferenciar una buena figura de una imitación en tierra prensada. No compro nada porque los precios son bastante superiores a los que acabo de ver a la salida del templo, la razón, que el guía va a comisión y te inflan los precios un 50%.
Después de la didáctica visita, llegamos al Valle de las Reinas, y la decepción es mayúscula. El estado de conservación es lamentable, la mayoría de tumbas son simples pozos excavados en el suelo y que están llenos de basura de los turistas, los caminos no están tan adaptados y señalizados como en el Valle de los Reyes, y el entorno es menos espectacular, ya que aquí lo que rodea a las tumbas no son altas montañas sino montes de mediana altura.
Aquí, visitamos dos tumbas, la primera es de un hijo de Ramses III, y la segunda la de su madre, en la que también está el feto momificado de un hermano de Ramses III.
Pasamos por delante de la tumba de Nefertari, pero al igual que ocurre con la de Tutankamón, el precio es demasiado alto y también hay que reservar antes de ir, aunque en Egipto con dinero puedes llegar a conseguir que cierren una tumba sólo para ti.
A la salida de este valle casi no hay puestos, ya que la afluencia de turistas es menor y suele ser una visita mucho más corta que las anteriores.
Volvemos al autobús kamikaze que nos lleva hasta una explanada donde se yerguen dos enormes estatuas, Los colosos de Memnon.
Estas estatuas, representan al Faraón Amenhotep III sentado mirando en dirección al Nilo y al sol naciente, y es lo único que queda de un enorme complejo funerario que era incluso mayor que el de Karnak.
Una de las estatuas estaba en mantenimiento, y pudimos ver las medidas de seguridad que utilizaban a más de 15 metros de altura: nada, ni cuerdas, ni cascos ni ninguna otra cosa que los protegiese en caso de caída. La prevención de riesgos laborales se la pasan por…la piedra.
De vuelta al autobús y tras un corto viaje, llegamos hasta la orilla del Nilo, donde subimos a un pequeño barco con el que cruzaremos a la orilla de enfrente, donde esperan los templos de Luxor y Karnak.
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