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Diario de un viaje a China: Guilin

Hasta este momento nuestro viaje por China había transcurrido por las tierras del norte de este gigantesco país, pero al cumplirse el octavo día de viaje cogimos un avión rumbo a Guilin, una región situada al sur en la que desconectaríamos de tanta ciudad y aglomeraciones humanas para perdernos entre los sobrecogedores paisajes kársticos que salpican toda esta región bañada por las aguas del río Li.

Pagodas del sol y la luna Guilin

El único problema es que no teníamos reservado ningún alojamiento en Guilin, así que no teníamos muy claro dónde íbamos a pasar la noche de esta octava etapa de nuestro viaje a China...


Tal y como habíamos quedado la noche anterior, bajamos temprano a desayunar y a continuación subimos a por las maletas para hacer el checkout y marcharnos hacia el aeropuerto para coger el avión.

En la enorme avenida que pasaba por delante de nuestro hotel no nos costó mucho parar dos taxis que nos llevasen hasta el aeropuerto, así que en unos 45 minutos llegamos hasta la terminal del aeropuerto desde la que salía nuestro vuelo.

Tras pagar 100 yuanes por taxi (12€ aprox.) nos pusimos a buscar nuestro vuelo en los paneles informativos para ver en que mostrador teníamos que hacer la facturación, pero no aparecía por ninguna parte.
Enseñamos nuestra reserva con el número de vuelo en el mostrador de información y nos indicaron que era en otra terminal, así que a pesar de contar con 2 horas de margen, salimos prácticamente corriendo hacia la otra terminal por si nos encontrábamos con cualquier otro problema.

Llegamos un poco reventados de esa carrera mañanera al ir cargados con las dos mochilas, una colgada a la espalda y otra en el pecho, así que en cuanto facturamos el equipaje y tuvimos los billetes en la mano nos dirigimos a los controles de seguridad para sentarnos tranquilamente a esperar en la zona de embarque mientras llegaba la hora de subir al avión.

Uno de los miembros del grupo dijo que le apetecía una hamburguesa del Burguer King, así que nos fuimos todos para allá y la mayoría terminamos cayendo en la tentación de la comida basura.

Un cartel de zona wifi hizo brillar una bombilla en nuestras cabezas, y mientras unos comíamos, otros empezaron a buscar algún hotel en Guilin.
Al final el que más nos convenció entre los que había disponibles por precio y ubicación fue el Riverside Hostel, dónde acabamos reservando 3 habitaciones dobles para las dos noches siguientes por 100 yuanes (12€) la noche.

Con la tranquilidad que da el tener resuelto el alojamiento y las ganas de comenzar esta nueva etapa del viaje, cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos surcando los cielos chinos en nuestro avión de China Southern Airlines.

Después de 2 horas de vuelo que aprovechamos para dar alguna que otra cabezada, el avión comenzó a descender, y a medida que íbamos atravesando capas de nubes altas pudimos empezar a contemplar un soberbio paisaje de altas colinas cubiertas por una frondosa vegetación que se perdían de vista entre la bruma provocada tanto por el calor como por la humedad. Esta primera visión de la región de Guilin nos gustó y mucho, pero no era nada más que un aperitivo de todo lo que nos esperaba en los cinco días siguientes.

Nada más aterrizar nos fuimos en busca de las mochilas grandes que habíamos facturado en Xi'an y a continuación salimos en busca de un par de taxis que nos llevasen hasta el hotel.
Conseguimos encontrar un taxista que hablaba algo de inglés o que al menos entendía la letra occidental, y es que tuvimos que escribir en un papel la dirección del hotel que un par de horas antes habíamos sacado en el aeropuerto de Xi'an para que el taxista supiese a donde nos tenía que llevar.
El otro taxista no tenía ni idea de lo que ponía en el papel, así que entre los dos taxistas hablaron y decidieron ir juntos hasta el hotel.
Este viaje nos costó 80 yuanes por taxi y milagrosamente conseguimos llegar juntos a la puerta del hostel. No teníamos ni idea de cómo nos habríamos hecho entender si el taxista que no sabía inglés se hubiese despistado, pero al final todo salió bien.

Ahora venía otra prueba de fuego. ¿Se habría realizado la reserva que habíamos hecho unas horas antes? ¿Tendríamos habitación? Pronto lo averiguaríamos...

Nada más entrar en la recepción del hostel decimos que tenemos una reserva de tres habitaciones a nombre de uno de nosotros.
Empiezan a comprobar papeles, en el ordenador... y nos dicen que no les aparece ninguna reserva a nuestro nombre.
Preguntan que cuando hemos hecho la reserva, y les mentimos diciendo que fue hace una semana. Menos mal que a ninguno se nos escapó la típica risa tonta que aparece en los momentos más inoportunos.
La persona de recepción habla con alguien por teléfono y pronto aparece el encargado del hostel. Tras unas comprobaciones en el ordenador nos asignan las 3 habitaciones reservadas, realizamos el pago y nos acompaña para que elijamos las habitaciones que más nos gusten entre todas las que había vacías.

Aliviados, hacemos el reparto de habitaciones y descargamos las mochilotas grandes. Después nos bajamos a una sala común situada junto a la recepción dónde terminamos totalmente con las existencias de embutidos que trajimos desde España.
Eran ya las 17:00 de la tarde y el sol todavía se dejaba caer con ganas, así que nos fuimos a una terraza del hostel situada junto a uno de los canales que atraviesan la ciudad para planificar los días siguientes y decidir si cogíamos alguna de las excursiones que organizaba el propio hostel.

Guilin

Al final terminamos cogiendo una excursión para el día siguiente en la que visitaríamos las terrazas de arroz de Longsheng en una furgoneta con guía privado que nos dejaría bastante libertad para pasear por los arrozales a nuestro aire. El precio fue de 200 yuan (25€) por persona.

También contratamos dos barcas de bambú motorizadas para hacer el trayecto desde Yangdi a Xingping que además incluía el transporte en furgoneta privada hasta el embarcadero de Yangdi y otro transporte desde Xingping hasta nuestro hotel de Yangshuo. Todo esto nos costó 140 yuanes (17€) por persona.

Solucionada la excursión del día siguiente y el transporte hasta Yangshuo, sólo nos quedaba relajarnos y disfrutar de la ciudad de Guilin.

Salimos a dar un paseo al atardecer por Zhongshan, la avenida principal de Guilin, y estuvimos recorriendo el mercadillo nocturno que montan en las calles cercanas a la plaza principal, dónde no logramos ver la cascada de 40 metros que cae por la fachada del Guilin Lijiang Waterfall Hotel porque no estaba encendida. Si queréis verla en funcionamiento, pasaros por este lugar cualquier día a las 20:30.

Desde allí nos dirigimos al céntrico lago Shan Hu para contemplar la imagen más típica de Guilin, las pagodas del Sol y la Luna.

Pagodas del sol y la luna Guilin

Es fácil averiguar cuál es la pagoda del sol, en tonos dorados y más alta, y cual la de la luna, más pequeña y de tonos plateados. Os recomiendo visitarlas al atardecer o el anochecer para poder contemplar los reflejos de ambas pagodas budistas en las aguas del lago Shan Hu.

Pagodas del sol y la luna Guilin

Es posible visitar ambas pagodas por 35 yuanes (4,5€ aprox.) y cruzar por el túnel subterráneo de cristal que las une, pero nosotros decidimos pasear por el parque que rodea el lago y contemplar estos majestuosos edificios desde todos los ángulos posibles.
El parque es interesante pero muy hortera, y es que tienen todos los árboles, barandillas o farolas adornadas con neones de colores que crean bonitos reflejos a costa de una decoración demasiado recargada para mi gusto, pero a estas alturas del viaje pocas cosas nos podían sorprender de nuestros amigos los chinos.

Pagodas del sol y la luna Guilin

Después de este agradable paseo buscamos un sitio para cenar cerca de la plaza central y luego volvimos andando hacia el hotel, pero al pasar por un puente vimos un grupo de gente que se arremolinaba, así que nos asomamos a ver qué pasaba.

Como diría Pedro Piqueras, lo que vimos allí era una imagen macabra, dantesca, estremecedora y desconcertante propia del circo de los horrores. Había un grupo de personas con distintos tipos de discapacidades físicas que se habían unido para hacer algún tipo de show que no tenía ni pies ni cabeza.

Había un enano que bailaba breakdance al son de una música indescriptible que sonaba totalmente distorsionada en un radiocasete situado en el centro de un círculo en el que también había una mujer que parecía que la habían partido por la mitad, porque a la altura de la cintura su cuerpo se giraba casi 180º hacia el suelo.
A otro chaval que iba sin camiseta se le marcaban todas las vértebras de una columna totalmente retorcida mientras intentaba seguir el ritmo del enano que hacía breakdance, y junto a él, una chica extremadamente delgada y con una dentadura en la que el libre albedrío había hecho de las suyas, zarandeaba los brazos al son de la música.

El quinto miembro del grupo era otra enana que pasaba una cesta con dinero que agitaba de una manera furiosa y casi amenazadora para que todos los que estábamos allí arremolinados echásemos alguna moneda.

Nuestras sensaciones fueron una auténtica montaña rusa que por momentos pasaba de la risa a la pena por su situación, pero en el caso de otros turistas chinos y extranjeros, había algunos cabrones que estaban allí para reírse de ellos y otros que casi salían huyendo con una cara de pavor más que evidente.

Tras cinco minutos de shock, continuamos nuestro camino hasta el hostel, dónde nos sentamos en la terraza para charlar un rato antes de irnos a dormir.

Según estábamos sentados, vemos que en los árboles que hay a unos 3 o 4 metros de nosotros las hojas se mueven cada vez que pasan unos animalillos correteando de rama en rama.
Alguien soltó: ¡Hay como mola, ardillitas! y todos nos pusimos a mirar a las ramas en busca de las ardillas, pero a los pocos segundos, 3 o 4 chillidos nos devolvieron a la realidad justo en el momento en que dos ratas del tamaño de una ardilla se cayeron de una rama situada cerca de nosotros mientras se peleaban.
Un vistazo rápido a los árboles que cubren todo el paseo fluvial que pasa por delante del hotel nos permitió descubrir que estaba todo plagado de ratas tanto por el suelo como saltando de rama en rama, así que dimos por terminada la charla nocturna y nos fuimos cada uno a su habitación.

Al llegar a nuestra habitación comprobamos que no funcionaba el aire acondicionado, algo esencial si queremos dormir en una ciudad con un calor y humedad bestiales.
Avisamos en recepción pero tardaron más de media hora en venir a revisar el aire, así que volvimos a ir a recepción y esta vez sí, logramos que nos acompañe el que tiene pinta de ser el jefe.
Después de alguna comprobación tanto en el aparato como en el mando del aire acondicionado, nos dice que nos cambia de habitación, pero que solo puede darnos una situada en la planta del sótano.

La habitación que nos ofrece es un pequeño apartamento de 2 dormitorios con baño pero sin ventanas, únicamente tiene una pequeña ventanilla rectangular como la de los garajes en la habitación de al lado, así que el olor a humedad es bastante fuerte.

Las opciones son quedarnos en nuestra habitación sin aire acondicionado o dormir en esta otra habitación en la que si funciona el aire pero con un gran olor a humedad, así que al final optamos por esta última opción con la esperanza de que en cuanto empiece a funcionar el aire acondicionado el olor a humedad se vaya desvaneciendo.

En esta planta del sótano, además de nuestra habitación, sólo había almacenes y una sala para los masajes, así que intuimos que esta habitación podía estar dedicada a los clientes que solicitasen el famoso masaje con final feliz.

Las sábanas estaban limpias y el olor a humedad empezaba a desaparecer, así que nos duchamos y nos fuimos a dormir.
A los 10 minutos, empiezo a oír pequeños golpes en la habitación de al lado, cojo la linterna, me levanto y entro, pero no se oye nada. De repente vuelvo a escuchar los chillidos de las ratas que hay fuera y varios golpes contra la minúscula ventana que hay en esta habitación.

Me acerco, muevo un poco la cortina y veo que esa ventana mira directamente al canal y el paseo fluvial dónde tantas ratas habíamos visto hace un rato. Vuelco a correr la cortina pero dejo una parte sin cubrir, y a los dos minutos como mucho empiezo a ver las sombras de las ratas reflejadas en las cortinas y la ventana.

¡Qué bien, tenemos una habitación con vistas a las ratas luchadoras del canal!

Me volví a la cama y durante un buen rato seguí escuchando los gritos y golpes de este particular club de la lucha que se montaron las ratas de Guilin junto a la ventana de mi habitación, pero al final me acostumbré a este jaleo y conseguí dormirme deseando que llegase cuanto antes el día siguiente para poder empezar la excursión a las terrazas de arroz de Longsheng...


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